Vivir de espaldas a la naturaleza ha pasado factura a gran parte de la población mundial. Lo que muchos empiezan a plantearse ahora es que dejar de haber convivido con los animales –me refiero a los de cuatro patas– es muy probable que nos haya privado de excelentes beneficios biológicos y psíquicos, materia de la que se encarga ahora la zooterapia, una disciplina relativamente nueva que estudia la interacción entre humanos y animales y los positivos efectos de esta simbiosis en las personas.
El reto de este campo está en demostrar científicamente lo que muchos dueños de mascotas saben y constatan a diario; además de lo que algunos terapeutas y etólogos –los que estudian el comportamiento animal– observan en sus pacientes: personas con discapacidades mentales, niños autistas, enfermos de alzheimer o terminales, mujeres victimas de la violencia doméstica, anoréxicos o depresivos, entre otras muchas patologías que pueden beneficiarse del efecto sanador de esos otros seres vivos, que comparten con nosotros el mismo planeta.
Paula Calvo es investigadora de la cátedra Fundación Affinity, del departamento de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona, además de bioquímica y experta en etología veterinaria e investigación clínica. Su tarea es la de buscar maneras de estandarizar y evaluar los diferentes programas de intervenciones asistidas con animales, que se realizan en los centros de zooterapia, para poder llegar a conclusiones y demostraciones científicas. “Esta disciplina es todavía muy joven y no hay estudios rigurosos al respecto”, comenta Calvo, “pero se están observando significativos avances que nos gustaría demostrar y exponer de forma científica. Se sabe, por ejemplo, que las mascotas pueden ser un importante punto de apoyo en el desarrollo emocional infantil, que reducen los niveles de ansiedad, por lo que son muy beneficiosas para gente con depresión y pacientes terminales, además de bajar significativamente el nivel del dolor en pacientes con enfermedades crónicas. Hemos visto también como enfermos con esquizofrenia, que pasaron a ocuparse y alimentar a una colonia de gatos, mejoraban notablemente. Es muy difícil motivar a este tipo de personas, lograr que hagan algo y que tomen una rutina. Sin embargo, funcionó con los felinos. Cada mañana tenían una tarea que realizar: llevarles comida, agua, limpiar el lugar. Conseguimos que se interesaran por algo”.
Un 46% de la población española vive con una mascota, y entre ellos, un 25% tiene un perro. El mejor amigo del hombre es, probablemente, el animal estrella de la zooterapia. “Entre la población que tiene perro”, cuenta Paula Calvo, “se ha constatado que hay un menor índice de obesidad y colesterol. Este animal da un gran apoyo emocional, ayuda a sentirse útil y además es un elemento socializador. Los amos tienden a entablar amistad unos con otros”.
Además de mantenernos en forma y proporcionarnos cariño incondicional (existe un chiste que dice: si dejas a tu amigo y a tu perro encerrado en el maletero del coche ¿Quién te va a recibir bien?), los animales son excelentes relaciones públicas –yo me atrevería a decir que le dan mil vueltas a los que caminan erguidos–, algo muy útil a la hora de tratar con personas, que por diversas razones, hayan perdido las habilidades sociales y hasta la fe en la raza humana. Según Ana Güimil, etóloga con formación en zooterapia en Francia y directora y fundadora de la Asociación Catalana de Zooterapia, “una de las características más importantes de los animales es que actúan de puente y ayudan a dinamizar las capacidades de sociabilidad”. Ana trabaja en tres proyectos en su centro: uno para pacientes con problemas y retrasos mentales, otro para autistas y un tercero destinado a mujeres, víctimas de la violencia doméstica. Los animales que utiliza son perros, conejos y ninfas carolinas, unas cacatúas de reducido tamaño. La zooterapia no se limita a tirar un palo para que el perro vaya a cogerlo, sino que, según Güimil “hay que estudiar al paciente y, en función de su patología, prescribir el animal que mejor le va. A algunos les vendrá bien tenerlo en casa y a otros acercarse a un lugar e interactuar con ellos algunas horas a la semana. El perro es el animal que nos resulta más cercano porque identificamos su lenguaje, sabemos que nos quiere decir cuando mueve la cola o enseña los dientes. Ellos nos observan todo el tiempo y, todavía no sabemos como, pero pueden detectar subidas de azúcar o ataques epilépticos y hasta diversos cánceres. Recuerdo que una mujer que tenía un perro veía como éste le lamía una zona de la pierna repetidamente. Posteriormente, cuando fue al médico, éste le diagnóstico un melanoma. Hay perros ya entrenados para alertar a sus dueños, con diabetes, de bajadas de azúcar”.
En casos de violencia doméstica, nuestros amigos peludos pueden servir de elementos pacificadores, tender puentes de amistad y acabar con la dinámica negativa que se instaura en estas familias. Según Güimil, “utilizamos perros para trabajar con mujeres que están en casas de acogida. El problema de este maltrato es que deja una dinámica de miedo y negatividad en las relaciones materno filiales. Los perros son entonces un juego, un espacio lúdico en medio de la tensión dominante que crea nuevas reglas, más positivas, tranquilas y alegres. Los conejos son útiles para tratar con niños autistas porque no demandan mucha atención –algo que puede abrumar a estos pacientes– y permiten que el niño tome la iniciativa. Además tienen un pelaje muy suave. Se ha demostrado que acariciar a un animal durante diez minutos relaja y produce endorfinas. Las pequeñas cacatúas han traído importantes cambios en pacientes con dificultades para verbalizar y exponer en palabras sus miedos o sentimientos. Enseñamos a estos pájaros a hablar, a decir palabras. El paciente pasa de ser el alumno al profesor y eso le motiva. Gran parte de la mejora en estos casos es que las personas olvidan por un momento su problema para ocuparse de otros”, cuenta esta etóloga.
Los caballos empiezan a perfilarse como los animales ideales para trabajar con adolescentes problemáticos, enfermos o con traumas emocionales. Alba Doncel, terapeuta ecuestre de la Asociación de Zooterapia de Extremadura, con sede en San Rafael de Olienza, Badajoz, cuenta como su centro ha trabajado con grupos muy diversos: autistas, personas con síndrome de Down, niños con trastornos de hiperactividad y depresión, adolescentes de centros de cumplimiento de medidas judiciales, presos o enfermos de cáncer. “Los caballos son animales sociales, viven en manadas y tienen ciertas reglas, como los humanos”, cuenta Alba. “La relación con el caballo es más intensa que con otro animal porque se pueden montar y estar en contacto físico con ellos, notar su tacto, temperatura y, al mismo tiempo, son animales fuertes, grandes, que imponen. Los caballos dan seguridad, ya que domarlos y guiarlos requiere un aprendizaje y cierto grado de confianza en ellos. Ayudan a la adquisición de responsabilidades, a saber estar y a crear una rutina, por eso son muy efectivos en adolescentes con problemas”.
La mayoría de los que acuden a la zooterapia son personas con trastornos mentales o patologías psiquiátricas, que nuestro enorme desconocimiento del funcionamiento cerebral no ha sabido todavía solucionar. Los animales, sin masters ni estudios universitarios, consiguen pequeños grandes triunfos con solo sentarse a su lado, observarlos y esperar. Mª Ángeles Ortega es psicóloga y profesora en la facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona, además de colaborar en los programas de la Asociación Catalana de Zooterapia. Según ella, “el éxito de esta práctica está en que los pacientes con trastornos mentales o las personas con poca habilidad para sociabilizar fracasan siempre en las relaciones interpersonales porque su mundo mental es complicado. Cuando interactuamos con alguien, en el fondo siempre esperamos algo a cambio, creamos expectativas que, si no son satisfechas, nos producen frustración. Con los animales esto no pasa porque nos dan un apoyo incondicional y esperan muy poco. Su exigencia es muy básica: comida, una caricia. Cuando alguien ve que puede establecer una relación con un animal, es probable que luego se se anima a hacerlo con otra persona, por eso sirven de puente, nos reconcilian también con el género humano”. Ortega recuerda casos memorables como el de un chico autista, con grandes limitaciones para relacionarse y sin avances en cuatro años. Petra, una perra, consiguió captar su atención y hacerse su amiga; o como un insecto palo consiguió mejorar la motricidad fina de un discapacitado, incapaz de sujetar ciertas cosas con sus manos.
Tener una mascota puede ayudar a personas, sin estas patologías, a mejorar su autoestima, rebajar su nivel de estrés y ansiedad o superar la depresión. A empezar de nuevo a los jubilados o a aquellos que han perdido a un ser querido. Nos dan también alegría de vivir y ayudan a relativizar los problemas. “No sabemos como funciona”, cuenta Ortega, “pero la realidad nos demuestra que es así”. De pequeña mi héroe favorito era Tarzán, no tanto porque pudiera saltar de liana en liana sino porque podía hablar con los animales. Imagínense la seguridad y autoestima que proporciona saber que toda una manada de elefantes africanos están siempre dispuestos a ayudarte.
Fuente: http://smoda.elpais.com/